sábado, septiembre 17, 2005

Su alteza, la Reina Amidala

A los cuatro meses de convivencia con Leia, ya nos habíamos prendado de ella más que de sobra. Como ya comenté, era cariñosa pero no en exceso. Supongo que lo normal en los felinos. Y así iba la cosa cuando una tarde de agosto acompañamos a un amiguete a hacer sus compras. Calor. Ciudad desierta. Y por una de esas casualidades que luego te resulta difícil creer, acabas en el lugar más inesperado en el momento más inoportuno. O más bien todo lo contrario.
Y así fue como vimos que unos chiquillos saltaban la valla de un huerto y salían con varios gatitos, muy pequeños. Por temor a que se tratara del inicio de una gamberrada les seguimos. Pero no, llevaban los gatitos a un veterinario cercano, precisamente al que nuestro amigo llevaba sus gatos. Leti, mi pareja, enseguida empezó a sentir esa punzada maternal de acoger a los desvalidos. Y mi amigo nos sugirió darle una hermanita a Leia, una compañera de juegos.
Fiebre tenía yo cuando trajimos a Amidala a casa. No paraba de maullar, tenía hambre y sed. La pusimos en una habitación aparte para que Leia se fuera acostumbrando al olor de la “intrusa” y empezamos a prepararle biberones a la peque. Que tuvo problemas de salud. Que fue muy vapuleada por Leia en los primeros días. Que cuando creció se cambiaron las tornas y fue Amidala más traviesa. Y encima, quizá porque la tuvimos desde las dos semanas y la alimentamos con biberón, lo de esa gatita por nosotros no es cariño, es AMOR. No hay noche que no duerma en la cabecera de la cama junto a Leti. Y que no se nos ocurra no darle su ración diaria de achuchones y besitos, que si no ya vendrá ella a empujarnos la cabeza con el hocico diciendo hey, que estoy aquí...

No hay comentarios:

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...