martes, febrero 12, 2008

Cloverfield: El monstruo que vino a cenar

Un apartamento de lujo con vistas a Central Park, una pareja joven jugando con una cámara y diciendo chorradicas típicas de pipiolos enamorados, la promesa de un viaje al parque de atracciones de Coney Island... Más pipiolos manejando una cámara por las calles de la Gran Manzana, pero en este caso planeando una fiesta de despedida para Rob, el tipo del comienzo, que se va a trabajar como vicepresidente de una multinacional a Japón. Entre risas, bromas y tontadas típicas de pijos de clase alta neoyorkina transcurren los preparativos y los primeros compases de esa fiesta de despedida en la que el centro de atención no es otro que el mencionado Rob (Michael Stahl-David). Su hermano Jason (Mike Vogel) y la novia de éste, Lily (Jessica Lucas), procuran que todo vaya sobre ruedas, mientras que Hud (T. J. Miller), su mejor amigo, es el encargado de grabarlo todo a la vez que le tira los trastos a una morena sofisticada y misteriosa, Marlena (Lizzie Caplan) que pasa olímpicamente de él. En esas que se presenta a la fiesta la muchacha del principio, Beth (Odette Yustman), pero acompañada de un maromo que no es Rob. Al parecer el vicepresidente en potencia se acojonó al acostarse con su amiga y dejó de llamarla durante un par de meses. Normal que luego el tío se mosquee porque ella haya rehecho su vida y se despida de ella de malos modos.



En esas, y entre tanto jijijaja y alcohol de marca y musiquita cool un bramido que hiela la sangre resuena en la ciudad. Explosiones, apagones, caos... El temor a una situación desconocida y la incertidumbre sobre el causante de unas tremendas explosiones acaba por convertirse en pánico desbocado cuando la cabeza de la estatua de la libertad cae volando del cielo mostrando visibles marcas de garras en sus mejillas (escena esta que fue la base del primer avance y de los posters promocionales y que está directamente inspirada en el icónico poster de 1997: Escape from New York). A partir de ese momento los jóvenes vivirán una auténtica odisea dantesca por una ciudad tomada por el ejército en salvaje confrontación con una entidad gigantesca que lo destroza todo a su paso y que sembrará de terror las calles de Nueva York. Perdidos en una cadena de acontecimientos de la que sólo podrán ser testigos parciales, Rob y sus amigos afrontarán el acoso de la criatura, la pérdida de los seres queridos y el terror absoluto a lo desconocido contando únicamente con la fuerza de su amistad y del amor que les impulsará a seguir adelante.



Estamos ante un producto diseñado al milímetro para causar el mayor impacto posible en el espectador, ya sea por empatía con los protagonistas, por la incertidumbre de las situaciones presentadas o por la repulsión y tensión provocadas tanto por la criatura como por la técnica narrativa empleada, esto es, la cámara en mano que proporciona en todo momento un punto de vista subjetivo de la acción, el de uno de los protagonistas. Aunque sea una película que argumentalmente hemos visto decenas de veces, desde King Kong al Monstruo de tiempos remotos, de Godzilla (la japonesa) a Godzilla (la yanqui) y arraso porque me toca, con ese sencillo recurso técnico sus responsables consiguen sumergir al espectador en un catálogo de sensaciones extremas que van desde el caos de la huida, a la soledad de la noche, al pánico que nos acomete en la oscuridad. Aunque no sea un recurso nada novedoso, y que en los últimos años ha ofrecido películas de culto como Holocausto Canibal, El proyecto de la Bruja de Blair o la más reciente  [REC], en este caso consigue plenamente su cometido y,  a pesar de todo consigue ofrecer una panorámica más o menos general de lo que acontece en el lapso de esa decena de horas de grabación "encontrada" y que el gobierno ha catalogado con el nombre clave de Cloverfield. Como suele ser habitual en este tipo de narración subjetiva, es obvio que se falsea la realidad, que el cámara no deja de grabar nunca aun cuando su vida corra peligro, que cuando la cámara cae capta siempre el hecho justo en el momento adecuado, pero eso no quita que se logre el equilibrio perfecto entre monster movie al uso y falso documental.



Si acaso hubiera que ponerle un par de peros a la película, estos se hallan en el plano argumental. Por un lado la división dramática en dos partes, la fiesta y la huída, se resiente de unos treinta minutos en los que no sólo no pasa nada sino que apenas conseguimos empatizar con ninguno de esos yuppies trajeados y con salarios de cinco cifras y la fiesta se alarga más que un día sin pan. La segunda mitad, repleta de momentos de tensión como las cargas de los militares, el paseo por los túneles del metro o la visita al hospital de campaña, adolece igualmente de unas reacciones un tanto bruscas por parte de los protagonistas. Cambios de dirección repentinos, muertes en principio devastadoras pero que dejan a los personajes un tanto como si nada (unas lagrimillas y a otra cosa, oiga), baterías que duran una barbaridad, enfoques automáticos a la velocidad de la luz son cosas que el espectador puede aceptar o no en pro de una suspensión de la realidad que se requiere ya de inicio con la presencia de una criatura de cien metros de alto por las calles de la ciudad. Si el espectador entra en el juego que proponen J.J. Abrams en la producción, Drew Goddard en el guión y Matt Reeves en la dirección de Cloverfield, el espectador pasará un rato memorable en el que se asustará, se preocupará por los personajes y quedará fascinado por el diseño de la criatura (que afortunadamente se ve, y bastante, aunque no demasiado).



Aunque la impresionante campaña viral llevada a cabo en la red durante todo un año ha proporcionado una suerte de universo expandido con multitud de datos, pistas, especulaciones tanto sobre el origen del monstruo como sobre el futuro del mismo, en Cloverfield no hay más cera que la arde, ni historia previa, ni explicación alguna proporcionada por un militar comprensivo o escuchada en un magnetófono oportunamente encontrado. Durante 85 minutos seremos testigos de los mismos sucesos que presuntamente habrían vivido sus protagonistas si la presencia del monstruo hubiese sido real. Confusión, caos, entrega y compañerismo y algunas escenas realmente turbadoras como la nube de polvo fruto de las primeras explosiones que recuerda poderosamente a las provocadas por la caída de las Torres Gemelas, el caballo y su carruaje sin conductor salido de Central Park y vagando por las calles hacia un destino incierto, o el edificio desplomado parcialmente sobre otro rascacielos al que Rob deberá entrar para cumplir con éxito su misión -que no les digo cuál es para no chafarles nada del flim-.

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